sábado, 21 de diciembre de 2024

Mis traumas, mis chistes o la filosofia del payaso.

 Mis traumas, mis chistes o la filosofia del payaso

En el año de 1892 Ruggero Leoncavallo estrena su famosa opera titulada "I pagliacci" dentro de la cual se encuentra su aria más famosa: Vesti la giubba (Ponte el traje) donde Canio descubre que su esposa le es infiel antes de salir al escenario. Sin embargo, Canio recuerda que es un payaso y que debe salir, pues el show tiene que continuar. 

Actualmente existe una frase, surgida seguramente en alguna conversación entre amigos que se ha tornado muy popular al momento de entablar un diálogo sobre las cosas que nos duelen o que en algún momento nos han dolido: "Mis traumas, mis chistes". Frase que, aunque pueda parecer graciosa y superficial, esconde en el fondo una realidad necesaria para afrontar con madurez los constantes golpes de la existencia. 

Canio tiene un problema, su esposa, la mujer a quien seguramente más ha amado en su vida, le es infiel con el arlequín, los ha visto, se ha enterado de que su vida no vale nada para la persona que para él lo valía todo. Pero no se puede permitir llorar, porque él no es un hombre, él es un payaso, y tiene que salir, aunque tenga el corazón roto a alegrar el corazón de quienes quizás, ven en su show un motivo para sonreír. Esa es su vida, es nuestra vida. Solemos tener guerras internas, días tristes y momentos donde solo seguir es inhumano, como diría Albert Camus. Pero dentro de nosotros habita algo, que da la fuerza para continuar: la risa. 

 Es evidente que la vida en ocasiones parece tratarnos a los golpes. No entendemos cómo funciona, o simplemente muchas de las circunstancias no nos agradan. En ocasiones sentimos incluso que hemos tocado fondo como Canio. Reír, ver nuestra propia vida desde la perspectiva de un espectador que está disfrutando de una comedia, puede ser el inicio no solo de sanar, sino también de un nuevo comienzo. Reírnos de nuestras propias desgracias, de las situaciones incomodas en las que en ocasiones nos vemos envueltos, no representa un acto de inmadurez sino de profunda misericordia para con nosotros mismos, que en ocasiones solemos tratarnos como si no tuviéramos un valor intrínseco. Como Canio debemos mirarnos al espejo y redescubrir que dentro de nosotros habita "un payaso" que no puede quedarse encerrado en su camerino lamentándose, sino que debe salir al escenario y demostrar que nada puede sanar más que un buen chiste, que una graciosa tragedia convertida en anécdota. 

Casi al final del aria, que es todo un dialogo interior del mismo Canio, se recita: "Transforma en bromas la congoja y el llanto; en una mueca los sollozos y el dolor." Esto, parece un acto descarado y casi imposible de realizar, una petición simplista, fácil de decir, pero todo lo contrario de ejecutar. Sin embargo, Canio, al decirse esto, nos recuerda algo: La fuente de la felicidad, no proviene de fuera, no es la búsqueda externa de un sentimiento, al contrario, habita en nuestro interior como una actitud que podemos o no podemos tomar, no sin presentar dificultades, pero que siempre está ahí como una semilla que espera germinar. Transformar en bromas el llanto, puede ser el inicio del cambio que tanto esperamos ante una situación. Se trata entonces de asimilarlo, de asimilar el dolor y la decepción desde su realidad más sencilla: Es mi decisión si esto me afecta o no y si me afecta, ¿de qué manera permito que me afecte? Canio sale al escenario, sale a la vida. Sabe que su papel es brillar allí, no puede dejarse apagar por una decisión que no fue la suya. "¡Sal, en tu risa está el poder, ve!" se diría en minutos que parecieron horas. Sabía que solo él podía sanarse, y que la risa era su arma, porque la risa es el antídoto de toda enfermedad.

En la serie de HBO "The young Pope" en su capítulo final, cuando el papa ficticio Pio XIII realiza su discurso en Venecia ante un público serio y previo a que sufriera de un infarto, cita las palabras de la beata Juana, dando a conocer quién es y que hace Dios:

"(...)No importa respondió la beata Juana mientras agonizaba a los 18 años, y luego añadió al borde de la muerte con lágrimas en los ojos: “Dios no puede dejarse ver, Dios no grita, Dios nos susurra, Dios no escribe, Dios no escucha, Dios no charla, Dios no nos consuela. Y los niños le preguntaron: ¿Y qué hace Dios?   Y Juana respondió: “Dios sonríe”, y solo entonces todos entendieron. Y ahora os lo pido yo sonreíd, sonreíd… Sonreíd."


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